Cuando participé en alguna de las acciones de Amnistía Internacional contra la pena de muerte, recibí en una ocasión respuesta de las autoridades de Irán explicándome la Ley Islámica y cómo es la familia de la víctima la que decide al final si al condenado se le perdona la vida o no. En realidad no me sorprendió la explicación, acostumbrada a las escenas de ejecuciones en Estados Unidos a las que acuden los familiares de las víctimas.
El dolor de los que han perdido un ser querido por la crueldad humana es a veces insoportable. Recuerdo la película de Clint Eastwood “El intercambio” y el rostro de la madre (Angelina Jolie) al contemplar el ahorcamiento del asesino de su hijo ¿Cómo no desear con todas las fuerzas el castigo para quien ha causado tanto sufrimiento a un inocente?
No sé cómo reaccionaría yo misma si me encontrara en esa situación, por eso quiero en primer lugar expresar mi respeto y mi comprensión a todas las víctimas del terrorismo o la delincuencia de cualquier tipo. Sin embargo, pienso que si alguna vez me ocurriese algo parecido desearía tener a mi lado alguien con suficiente fuerza y generosidad para sostenerme y ayudarme a seguir caminando. A seguir viviendo, por todos los vivos que necesitan siempre de nuestro apoyo, y por amor también a los seres queridos que perdimos en nuestro camino. Y la vida, como la primavera, supone renacer por encima de todos los fríos invernales. La venganza podría aliviar, pero pienso que sólo un momento, para dejar luego el regusto amargo de haberse salpicado con la perversidad. El perdón, por el contrario, es el único triunfo verdadero. No se puede vivir sin perdón. Sin perdón sólo se puede matar o morir.
La sociedad y el Estado tienen el deber de proteger al pueblo de los fanáticos y terroristas y de los delincuentes en general, de prevenir el terrorismo y la delincuencia mediante la educación ética y cívica, disuadir al posible delincuente, castigar en caso de delito y rehabilitar si fuera posible (sabemos bien que no siempre lo es). Y, por supuesto, tiene el deber de ayudar y compensar a las víctimas.
La ayuda a las víctimas nunca, bajo ningún concepto, debe ser manipulada o usarse como instrumento con fines políticos o de otro tipo. Esto sería inadmisible. La ayuda a las víctimas debe realizarse con la vista puesta en estas personas y en su dolor, con el único objetivo de aliviarlas y compensarlas por lo sufrido. Y aquí vuelvo a preguntarme si estimular el rencor y el deseo de venganza es el mejor camino para curar las heridas. En mi opinión no lo es, sino todo lo contrario. Quizás esté equivocada, siento demasiado respeto por esas personas como para hacer afirmaciones rotundas. Sólo intento ponerme en su lugar y saber que desearía para mí. Hoy pienso que es encontrar a alguien que me ayudase a perdonar y a seguir viviendo.
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