Carlos M. Ozcáriz
Daban las 10 de la mañana del pasado domingo día 16 de marzo y ya nos encontrábamos un nutrido grupo de personas congregado en la plaza Ramón y Cajal, frente a la Facultad de Medicina. El día había amanecido despejado y presagiaba una hermosa jornada primaveral.
Unxs cuantxs compas de EQUO Ciudad Sur (y también de Ciudad Norte) nos encontramos allí, respondiendo a la invitación de nuestrxs buenxs amigxs de Latina Reverde, la Plataforma por la Escuela Pública de Latina. Esta ruta que íbamos a comenzar es una de las muy variadas que hacen para enseñar a la gente ese Madrid desconocido por el que, sin embargo, hemos pasado alguna vez: el barrio de los Austrias, el Parque del Capricho, el Cementerio Británico o las diferentes rutas “de la Guerra Civil” en los entornos de la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo.
La idea no podía ser más atractiva. Llevábamos algún tiempo planteándonos una juntada de domingo en plan “tranqui”, para salir un poco de la rutina y vernos las caras fuera de nuestras actividades de EQUO. Y precisamente nos enteramos hace poco a través de Iván que Latina Reverde organiza estas interesantes rutas. Dicho y hecho; movimos esta jornada durante la semana previa en nuestras listas y agendas, y allí estábamos unxs cuantxs compas dispuestos a disfrutar de este paseo.
Conocer a Antonio, el guía de esta ruta, fue toda una experiencia. Iba bien provisto de láminas: mapas, croquis, fotos que él mismo ha ido seleccionando y que nos iban a ayudar a “trasladarnos” a aquellos casi tres años de duros combates en el llamado “Frente de la Ciudad Universitaria”.

Comenzamos con una explicación detallada de las posiciones que ambos bandos – el republicano y el de las fuerzas sublevadas- ocuparon durante prácticamente toda la Guerra Civil en la Ciudad Universitaria, que por aquel entonces estaba construyéndose todavía, aunque ya estaban hechas algunas de las actuales facultades; la llamada “zona de nadie” que bordeaba la línea entre ambas fuerzas, en algunos puntos más ancha y en otros angosta, y rodeaba la posición de “cuña” que había conseguido conquistar el ejército sublevado, una vez atravesado el río Manzanares, extendiéndose desde la Escuela de Agrónomos a la loma del Hospital Clínico, pasando por el Parque del Oeste, a los pies de la antigua Cárcel Modelo (hoy, “Monasterio” del Aire, por su semejanza con el de El Escorial). Antonio nos comentó cómo la Guerra Civil fue una contienda, en la que se mezclaron elementos y características de las tradicionales guerras (Primera Guerra Mundial), planteadas como guerras de trincheras con escasa relevancia estratégica o logística, con otros elementos que la siguiente Guerra Mundial iba ya a sumir e incorporar, como el asedio y los bombardeos indiscriminados, sin respetar a la población civil.
Este fue el caso de nuestra sufrida Madrid, que aguantó un asedio largo y penoso, con continuos bombardeos desde los cerros de la cercana Casa de Campo hasta casi la finalización de la Guerra.

En el recorrido comenzamos viendo las Facultades de Medicina y Farmacia, ésta última acribillada a balazos que todavía se pueden contemplar. De ahí nos cruzamos a la actual Facultad de Ciencias de la Información, curiosa edificación (para algunxs “horrible”) de la que se dice que sus planos inicialmente estaban destinados a una cárcel o sanatorio. Tras doblar su perímetro, y por la parte trasera, contemplamos el “Viaducto de los quince ojos” sobre el que discurre la avenida Puerta de Hierro antes de entrar en el recinto de la Escuela de Ingenieros. Este espacio, ocupado antes por una vaguada hoy ya rellenada, fue escenario de duros combates y de la llamada “guerra de minas”. Nos cuenta Antonio, mostrándonos una foto, que los brigadistas internacionales se parapetaron en la Facultad de Filosofía y Letras, empleando como barricadas sus libros, algunos de ellos de gran valor.
Tras cruzar por una pasarela sobre la avenida Puerta de Hierro nos situamos delante de la Casa de Velázquez. Comprobar cómo era este hermoso edificio antes de la guerra y cómo quedó después nos puso los pelos de punta. Fue precisamente en este edificio donde se situó el batallón Dombrowski formado por polacos de la XI Brigada Internacional. Recién llegados a Madrid el 8 de noviembre de 1936, ocuparon este edificio a los pocos días, muriendo prácticamente todos ellos en su intento de contener desde ahí el avance de las tropas sublevadas. Antonio estaba comentándonos que tras la valla del perímetro del edificio se podía contemplar una estatua ecuestre de Velázquez, cuando a punto ya de marcharnos, contemplamos con asombro que las cancelas de la valla se abrían detrás nuestro. El conserje del edificio nos invitó a pasar dentro del recinto. Por lo que él nos contó, ese edificio sólo se abre al público un par de veces al año. ¡¡Pues vaya detalle tuvo con la Escuela Pública!! Muy amablemente nos acompañó dentro del edificio y pudimos comprobar su belleza.

En torno a un patio muy hermoso, con unos majestuosos cipreses erguidos en una esquina del mismo, discurre una especio de “claustro” que se utiliza para exponer obras pictóricas como pudimos comprobar por las que ahí había. En el patio luce una de las poquísimas menciones existentes a los brigadistas internacionales. Esta fue colocada en noviembre del año pasado en la conmemoración del 77º Aniversario de su llegada a Madrid. Nos acompañó al fondo norte, tras el patio y nos pidió que no nos dejáramos ver en el límite del mismo, pues la Guardia Civil que controla el lindante recinto del Palacio de la Moncloa, les amonesta si esto ocurre… Todo ello imagino que será por la “privacidad” de Rajoy… ya sabemos lo “amigo” que es este señor de dejarse ver por la ciudadanía (y… por el Parlamento, los medios, etc.).

Tras agradecer al señor que nos invitó a entrar su detalle, pusimos rumbo al Parque del Oeste, que atravesamos de NE a SO en dirección al Puente de los Franceses, no sin antes contemplar los tres bunkers/torretas de hormigón que quedan de los que allí levantaron las tropas rebeldes en su intento de fortalecer esa posición e intentar tomar desde ahí la antigua cárcel modelo (cosa que, finalmente, no consiguieron).

Nos llamó mucho la atención el monumento al Dr. Federico Rubio, del que Antonio nos contó su valioso aporte filantrópico y mecenas en las postrimerías del siglo XIX, entre el que destaca el Instituto de Terapéutica Operatoria o la Real Escuela de Enfermeras de Santa Isabel, primera escuela de enfermeras laicas en nuestro país. Ese monumento, que ya existía antes del comienzo de la Guerra Civil quedó prácticamente destruido, al encontrarse en medio de la línea de fuego de ambos contendientes. La foto que muestra cómo quedó nos ayuda a hacernos una idea del intenso fuego cruzado que hubo en este Parque.
El siguiente hito en nuestro paseo fue el Puente de los Franceses, lugar emblemático en el Frente de la Casa de Campo, por su valor estratégico para unos y otros. No muy lejos del mismo, más al Norte, el ejército de Franco levantó en pocos meses hasta 20 veces una pasarela para cruzar el Manzanares, pues tenían que pasar munición y avituallamiento a las tropas situadas en la Ciudad Universitaria. Lo que los franquistas construían una y otra vez era destruido por los republicanos. Se le llamó la pasarela de la muerte.
Ya en el otro lado, en la Casa de Campo, Antonio nos dio a elegir entre la “ruta larga”, que iba a mano derecha, hacia la pista llamada del Generalísimo, o la ruta corta, hacia la llamada “curva de la muerte” y finalmente el lago. Tras someterse a votación, estaba claro que la peña andaba cansada, pues se eligió la ruta corta.
Antonio seguía contándonos muchas cosas de lo acaecido en esos emplazamientos. Tantas, que reproducir tan sólo una parte, llevaría horas y muchas páginas. Todo bien interesante; muchos datos que desconocíamos y que, una y otra vez, nos trasladaban mentalmente a lo encarnizada que tuvo que ser la contienda y lo costoso en vidas que supuso defender Madrid de la entrada de los fascistas.

Ya próximos al final de la ruta, Antonio nos animó a subir al cerro de la sartén, con unas estupendas vistas de todo Madrid, además de haber podido contemplar los restos de bunkers y trincheras que, aun habiendo pasado tantos años, todavía se conservan, y que, en el caso de las trincheras y los llamados “chabolos” (oquedades cilíndricas excavadas en el suelo como parapeto) han configurado muchas de las características topográficas del suelo, atravesado continuamente por pequeñas “vaguadas” y montículos.
Tras escuchar con atención muchos detalles de las construcciones que existían entonces en la Casa de Campo (cementerio de los empleados, la iglesia de la Torrecilla, obra de Sabatini, que fue destruida por los sublevados, aunque les «cargaron el desaguisado a los republicanos, etc.) y otros datos curiosos sobre el origen de los nombres de algunos lugares (pinares, arroyos, etc.) llegamos al final de nuestra ruta, algo tarde, por la visita inesperada a la Casa de Velázquez, pero muy satisfechos… y con el “gusanillo” de la curiosidad prendido en muchxs de nosotrxs. Curiosidad que, a buen seguro, nos volverá a juntar en próximos paseos de Latina Reverde.
Un detalle que me cautivó en la parte final de recorrido: las palabras de reconocimiento y agradecimiento que un buen hombre del grupo dedicó en dos ocasiones a Antonio, a su forma de contarnos las cosas, a su respeto y delicadeza al abordar, desde su clara posición de republicano y de izquierdas, los diferentes escenarios que nos fue “pintando” a través de sus relatos. Ciertamente gratificante, valioso y atrayente. Gracias, Antonio, por tu dedicación y entusiasmo, porque nos encandilaste con tus conocimientos y porque lo haces de forma desinteresada, hecho muy a tener en cuenta hoy en día. Gracias también al resto de compas de Latina Reverde por hacer posible esta estupenda experiencia.
