Había oído de la sumisión de sus abuelas, había escuchado la infatigable lucha de la generación de su madre, gracias a ellas y a sus propios esfuerzos, había desmontado las secuelas de inferioridad de género en su propia existencia. Todavía había mucha violencia y desigualdad en el país.
Por eso, ella, experta en avistar aves en el horizonte, comenzó a mirar la realidad con unos ojos que ya no estaban turbios ni entornados.
Necesitó tiempo para asimilarla, el tiempo que tarda en crecer un bizcocho, el tiempo en que empollan sus huevos las gallinas, el tiempo que tarda en brotar un rosal, el tiempo en que le habían tardado en salir algunas arrugas.
Como quien trasplanta macetas de pensamientos, de discurso abstracto, para echar raíces en el alma de la tierra, se manchó las manos. Sintió.
Descubrió que un mismo manto de dolor cercaba a tantas personas. Desempleo, dependencia, desamparo, desahucio… Que en su mismo pueblo había algo de eso.
Señaló la soberbia de quienes decían tener la razón, supo que no era verdad lo que decían los prestamistas de la ideología, el dinero, los plazos y las condiciones, que eran más que turbios muchos de sus negocios. Supo que era de otra manera.
Se encontró con otras personas a las que les había pasado más o menos lo mismo, gentes de ambos géneros y múltiples identidades.
Comenzaron a entretejer una mirada distinta y audaz para desmontar el tinglado en que se encontraban, para reencontrarse y reconocerse, cada cual en un punto distinto del camino.
Hallaron territorios de convergencia, comunes lugares para hacer de una casa, una casa vecina y de casas vecinas, pueblo.
Hablaron de públicos servicios de todas y para todas las personas en el municipio, por fin, un instituto para los chicos y chicas que terminaban la primaria; políticas de empleo de calidad; economía social; fiscalidad progresiva, sostenibilidad ambiental; transparencia, participación y democracia a pie de calle.
Se pusieron a consensuar, proyectar gestionar juntas emociones, criterios y presupuestos.
Vieron a la niña de sus anhelos correr entre los árboles, pisar los charcos y entretenerse a mirar la nieve en la cumbre de la Maliciosa.
Vieron sus objetivos crecer y madurar, como una muchacha educada en el afecto y la aventura de aprender, con una seguridad en sí misma que no recordaban haber tenido de jóvenes.
Vieron ya, redondo y cuajado su programa, enarbolado por una mujer, un ocho de marzo de un año como este y en estas latitudes.
CHINI
8/3/2015